MALACONTANDO.- Por María Malacom.- clamorsocial.comMALACONTANDO.- Por María Malacom.- clamorsocial.com

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Por: María Malacón

México. 8 de marzo de 2025

Salir de casa con las aspiraciones en la maleta, apostándole al instinto y a los proyectos futuros,
escribiendo un capítulo más de su historia en la que no sólo es la protagonista: es la guionista, la mismísima productora y directora de obra; es la que decide cuándo se abre el telón, en qué escena y con qué personajes.


La que situó a su propia figura en un lugar ajeno al suyo, a kilómetros de distancia de su entorno seguro,
lejos de quienes darían lo que fuera por protegerla. Pero ahora deberá cuidarse, autopreservarse. La decisión que tomó no fue fácil: representaba un cúmulo de sacrificios que sólo ella conocía.


Y no nada más los aceptaba, también los enfrentaba. Pero un mal día, algún antagónico decidió coartar lo que no le correspondía al romper el hilo del telón, bajándolo subrepticiamente.

Porque el riesgo por ser mujer se corre incluso sin cruzar la puerta del hogar. Porque ese ser antagónico y deliberado que maniobra el telón a su antojo, se escapa de la imaginación y toma forma propia en la realidad, cohabitando incluso en el mismo lugar que debiera ser el puerto seguro de toda persona.


O afuera, donde los demonios andan sueltos y poseen siluetas con las que se comparte trabajo, amistad, culto, escuela; la vida en sí. Y los nombramos, sin imaginar lo que son. Hasta que atacan.

Basta con abrir la web y teclear «feminicidios» en el buscador. Triste y reiteradamente, la cantidad interminable de noticias que arroja la búsqueda parten de historias similares.

Como Debanhi.
De pronto su fotografía al borde de la carretera, viendo al horizonte con los brazos cruzados,
llega sin previo aviso al pensamiento, generando un espasmo que se acompaña de un nudo en la garganta.

Palabras que no deberían ir en una misma oración. Duele. Mucho. De una forma casi inexplicable. Resulta tortuoso pensar el sufrimiento que enfrentan en el abrupto cierre de su historia, siendo hijas de la incertidumbre, esclavas del miedo y víctimas mortales de un final
que no decidieron; y, que de hacerlo, jamás se hubiese escrito así.


Pareciera que la anatomía latinoamericana se representara con tales sucesos.
E indignantemente es así: los miles de casos que acontecen comunican lo evidente.
Pero de forma exponencial, al ser la violencia contra la mujer un cáncer social metastásico que trasciende lo regional y muta en un flagelo global.

Así, en un golpe de alarmante realidad, la ficción con la que inicié muta en el terror existente.
Un terror (ir)real que no conoce fronteras.
Un terror que recientemente alcanzó la cifra más alta en dos décadas, acumulando el dolor lacerante que sufren las familias que lloran las ausencias de víctimas, convertidas en un número más que engrosa las imprecisas y olvidadas listas de desaparecidas, fieles reflejo de la impunidad y de la falta de empatía a la desgracia ajena.


Al ser la violencia contra la mujer un monstruo de mil cabezas, cuenta con historias que se escapan de ese lánguido final.


Pero que son igual de graves porque en ellas se transpira brutalidad, salvajismo y toda la intención de truncar un camino impropio o estigmatizarlo de por vida para que sea el mismo recuerdo el que se encargue de perpetuar el miedo, apagando como la flama de una vela la esencia de quien lo sufre.

Porque en el equipaje de nuestros sueños, jamás habrá lugar para la ausencia impuesta.
Porque una mujer debe ser reconocida por sus capacidades, no por su cuerpo confundido con un objeto.
De ser así, debe ser ella quien lo decida libremente; sin coerciones.
Porque ninguna queremos que nuestro rostro esté en afiches por las calles o inundando las redes,
a fin de auxiliar la localización con vida. O incluso, sin ella.

Pasa que, cuando la resignación carcome a la esperanza, se implora hallar un hueso, un diente, un tatuaje o una marca para concluir la búsqueda y descansar en paz, en memoria para la víctima y en vida para los suyos.


Estamos inmersos en situaciones que se viven diariamente en silencio, al ser minimizadas y con la sumisión que pareciera haber en su aceptación.


Porque la costumbre y la cotidianidad de la violencia -en cualquiera de sus tipos-, ha normalizado la cosificación de los cuerpos, por ejemplo.

Por miedo o por prudencia.
Por justificar conductas lascivas que no deben ser toleradas sino repudiadas, al ser la antesala de algo -más- trágico e irreversible, que de por sí lo es.

En sobriedad o ebridad: NO hay excusa para cubrir al que abusa.
El coraje generado por la injusticia y la desigualdad, se transforma en protesta.
En voces sororas que al unísono se alzan y exigen la seguridad de sus derechos, subrayando que todavía queda mucho trayecto por recorrer hasta alcanzar el deseado equilibrio de la balanza entre hombres y mujeres.


Un camino que no ha dejado de ser sinuoso y en el que falta demasiado para que sea en línea recta.
Un camino de sangre, de lucha y de resiliencia, en el que algunas se han quedado y a otras las seguimos buscando.

Debemos ser congruentes. Hoy más que nunca.
Y seguir trabajando arduamente en la construcción de una sociedad más justa.
Hacer del mundo un hogar funcional para todos y no un espacio con techos de cristal, pisos pegajosos y escaleras rotas.

2 comentarios en «Malacontando: 8 de marzo, una fecha significativa»

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