
MALACONTANDO Debanhi: ni el silencio, ni el tiempo Opinión de María Malacón
Debanhi: ni el silencio, ni el tiempo
Una carta contra el olvido
Por María Malacón
Hace tres años escribí una carta que, en un mundo justo, nunca habría tenido razón de existir. La dirigí a una persona desaparecida. A alguien que, naturalmente, debería seguir aquí. Pero no está. Y lo más doloroso de todo es que, en este tiempo, su caso sigue impune. No hay justicia. No hay responsables.
Hoy decido compartir esa carta. No como un acto de duelo, sino como un llamado público. Un grito dirigido a las autoridades, pero también a la sociedad entera: no podemos seguir siendo espectadores pasivos frente a la crisis de desapariciones que atraviesa México.
Este país se ha convertido en una fosa clandestina. Una herida abierta donde el eco de quienes ya no están debe seguir escuchándose, fuerte y claro. Porque cada persona desaparecida no es sólo un nombre en una lista; es una vida, una historia, un lazo roto que exige justicia.
Este llamado lo hago con profundo respeto a la memoria de las víctimas, al dolor de sus familias y al duelo que enfrentan cada día; muchas veces solos, frente a la inacción del Estado y la ausencia de justicia. En esta columna, su recuerdo jamás se apagará.
Carta a Debanhi
Debanhi:
Que nombre tan peculiar y que significado tan lindo el que guarda. No lo conocía, y seguramente muchas más personas aparte de mí, tampoco.
Busqué su significado, el cual está compuesto por todo el amor de tus padres. «Dios (D), Eterno (e), bendice (b), a (a), nuestra (n), hija (hi); es decir, Dios bendice a nuestra hija».
Lamentablemente, lo encontré en una de tantas notas periodísticas que inundan las redes desde hace un par de semanas, derivada de una situación que no tuvo por qué haber ocurrido: tu desaparición.
Entonces tu nombre se escuchó alto y claro, en todo el país, e incluso retumbó tanto que traspasó fronteras. Y con él, tu historia y fotografía.
Esa imagen que es imposible olvidar. Verte ahí, en medio de la nada, tan vulnerable y expuesta a ese mal que alcanza y destruye todo.
Me es difícil ver tu foto y no dejar de pensar en mi hermana, por su complexión y forma de vestir similar. En mi prima menor, por el mismo motivo. En mis demás primas. En cualquiera de mis tías, amigas y conocidas; en mis sobrinas y en mi mamá. Todas, por el simple hecho de ser mujeres. Quisiera protegerlas y mantenerlas en una burbuja, pues si una de ellas me llegara a faltar…
es tortuoso, incluso, imaginarlo.
Entonces pienso en tu familia buscándote entre el temor y la incertidumbre, gritando tu nombre hasta en el más recóndito sitio, implorando encontrarte. Y duele. Mucho. De una forma que no es posible describir, porque la empatía es así.
Más de una persona habrá querido, como yo, tener el superpoder de desafiar el tiempo y el espacio, para poder entrar en el portal de esa imagen y estar ahí, a tu lado, protegiéndote y llevándote a casa, sana y salva, encontrando refugio en los brazos de tus padres, esas personas incansables que no dejaron de luchar desde que te supieron ausente.
Desde que tu desaparición se hizo pública y comenzó tu búsqueda, encontraron a cinco jovencitas que, como tú, seguramente serían un número más en la interminable lista de desaparecidos. Y es frustrante, alarmante e imperdonable que sean una cifra más, porque tienen un nombre: Irlanda, Ingrid, Brisa, Jennifer e Irma. Y cada una su historia. Una historia apagada por quién sabe quién, en completa injusticia e impunidad.
¿En dónde están los otros miles de desaparecidos? ¿quiénes son? ¿cómo se llaman?
Tu voz, esa voz que recientemente se confirmó que fue callada en manos de la inseguridad que acecha a ésta enorme fosa llamada México, y que a su vez extinguió toda esperanza de que tu familia volviera a tenerte, es el resultado de la carencia de valores convertidos en acciones degradadas en delitos que nadie juzga. Que nadie señala. Que se normalizan y se convierten en una deuda impagable a la seguridad de miles de niñas y mujeres que por razón de género son un blanco ineludible de la delincuencia.
Y me siento sumamente triste, porque pienso que tu vida apenas floreciente, finalizó abruptamente en los primeros capítulos de tu historia. Esa historia que nadie más que tú debías escribir, con sus correcciones y omisiones, porque eras la única autora de tu destino, y no quien desconocida y deliberadamente decidió truncarlo.
Ahora, hay más que una silla vacía en tu casa y en la de tus seres queridos. Con tu vida, arrebataron también –en esencia– la de tu mamá y la de tu papá, quienes claman justicia por la pérdida de su única hija. Y en ese clamor, nos sumamos todos.
¿Hacia dónde volteaba ese Dios eterno que debía bendecirte tal y como tus padres pidieron en tu nombre?
¿Por qué nadie te auxilió cuando buscabas ayuda? ¿tan indiferentes somos ante la necesidad ajena?
Tu historia pone en evidencia el completo deterioro del tejido social; la falta de responsabilidad en situaciones que requieren atención y acción inmediata, porque si se postergan o se pasan de largo, conocemos de antemano el –infame– resultado.
Esta carta nunca debió haberse escrito, porque no debiste irte de este plano terrenal; aún tenías muchos sueños por cumplir y lugares por conocer, aquellos que aseguraste compartir cada vez que los recorrieras. Pero alguien ajeno a ti decidió que no fuera así, y ahora ya no estás.
Debanhi, quisiera prometer que tu nombre se escribirá con justicia. Pero es difícil hacerlo si, en palabras de Bobbio, «el mejor termómetro para medir el grado de civilización de un pueblo es la situación de sus mujeres.» Y, evidentemente, nos queda tanto que corregir y más aún por prevenir. Nos faltan muchas. Nos faltas tú.
Mujeres, sororas, ni una más.
Que la verdad no muera con las víctimas.
María Malacón.
Malacontando: donde la memoria arde.
Y aunque esta carta nació del dolor más profundo, no quiero que termine en el silencio. Porque el silencio es cómplice del olvido, y el olvido es una forma más de violencia. Por eso, mi escritura es resistencia. Y lo hago para encender una llama y velar porque no se apague. Para seguir nombrando lo que otros insisten en callar.
Que el dolor no se normalice. Que la indiferencia no sea la respuesta. Que la exigencia de verdad y justicia sea el eco que nunca se extinga.
En Malacontando, cada ausencia tendrá un espacio; un lugar donde no se olvida. Cada historia silenciada tendrá voz. Este es un compromiso con la memoria, con la justicia y con la dignidad de quienes siguen esperando respuestas.
Porque nombrar a las personas desaparecidas es resistir al olvido. Desde la escritura también se escudriña, se implora y se exige.
Esta columna no sólo es un testimonio. Es una trinchera. Es un faro encendido para quienes buscan, para quienes esperan, para quienes no se rinden. Aquí, su memoria vive. Y su ausencia duele como si fuera nuestra.
Contacto: malacontando@gmail.com